Se plantea aquí el falso dilema, por otra parte tan frecuente, de asistencia médica de alta calidad tecnológica versus asistencia médica con empatía, como si ambas cosas no fueran compatibles y no resulta muy descabellado suponer que no hemos llegado a esta situación por casualidad, que hay razones históricas, sociales, políticas, culturales... que la justifican.
A poco que hurguemos en la historia, podemos ver que a medida que se ha ido desarrollando el pensamiento científico y se han ido introduciendo nuevos procedimientos de diagnóstico y tratamiento, se han abandonado muchas prácticas de la medicina tradicional por considerarse obsoletas, en unos casos, o francamente perjudiciales y contraproducentes, en otros. Y junto con esas prácticas, también se han desechado muchas actitudes que las acompañaban, sin que la mayoría del personal sanitario se haya detenido demasiado a analizar si esto era razonable o no. La deshumanización parece ser el tributo que inexorablemente se cobra el progreso en nuestra futura profesión.
Hemos olvidado o desconocemos que, en sus orígenes, la actividad médica fue una adaptación ecológica del grupo humano a su entorno. La Historia de la Medicina que se nos cuenta actualmente en la Universidad está tan cerrada en torno a la “Historia social” que no queda tiempo para echar un vistazo a la conducta y la experiencia del sanador primitivo (llámese chamán, medicine-man, curandero, hechicero, mago...), al que se ve con condescendencia cuando no con franco rechazo: ese ignorante, ese majadero... Tampoco se nos dice que, del mismo modo, el médico occidental es rechazado por soberbio en muchos lugares del Tercer Mundo, lo que supone muchas veces un obstáculo añadido a las actividades que se desarrollan en el marco de la Cooperación Internacional. A título personal, diré que me quedé de piedra un día que, en el transcurso de una conversación entre un grupo de aldeanos de la provincia de Pinar del Río (Cuba) aludían despectivamente a los médicos como “los señores del protomierdicato” (sic) [1], a la vez que manifestaban toda su confianza en el babalao local (el santero).
Nos dice la Antropología Médica que el sanador surge en los grupos humanos en momentos en los que lo único posible era hacer de la necesidad virtud, que su actividad se orienta a curar en el sentido más amplio del término, desarrollando una relación de ayuda con el enfermo y que uno de los principales aspectos que subyace en todas estas actividades y que no se encuentra en la medicina occidental es la gran capacidad de comunicación que posee. Eso es lo que hemos perdido en nuestra evolución hacia el “progreso”.
En las consultas médicas actuales prácticamente sólo se presta atención a la comunicación verbal, en la que se utiliza una mezcla del lenguaje cotidiano y la jerga médica. El problema que se plantea en este tipo de comunicación es que hay términos médicos que se utilizan con diferente significado por el médico y por el paciente o éste los ignora totalmente. Eso es motivo de risa en muchas ocasiones y base de muchos chistes y chascarrillos. Seguro que todos recordamos anécdotas como la siguiente:
MÉDICO: ¿Es usted diabético?
PACIENTE: Zï, zeñó, der Beti de toa la vida...
o esta otra:
MÉDICO: ¿Usted bebe?
PACIENTE: Psch... lo normal...
O recordamos jocosamente los términos con los que la gente sencilla alude a determinados fármacos, tratamientos, enfermedades, órganos...: las dosis de “usulina”, la operación de la “posdata”, la “velocidad en la sangre”, el “suero filosófico”, el “agua exagerada”... y cientos de ejemplos más.
Lo que ya no nos resultaría tan jocoso es ver las implicaciones clínicas que estas dificultades en la comunicación tienen, como puede apreciarse en estudios como el llevado a cabo por Boyle en los años 70 [2] y que se han continuado desarrollando hasta la actualidad.
Estos equívocos no suceden en la medicina primitiva, en la que predomina la comunicación no verbal. Cuando un individuo está enfermo todo él está inmerso en un proceso y por lo tanto, todo él ha de recibir tratamiento. Esta aproximación holística considera todos los aspectos de la vida del paciente, desde su relación con otras personas, con su entorno natural y con las fuerzas sobrenaturales, a todos los síntomas físicos o emocionales. Se implica la familia y otros miembros de la comunidad en el tratamiento, la medicina se ejerce en un contexto en el que se comparte la visión del mundo, las relaciones se producen en un ambiente cálido e informal y en la consulta se emplea el lenguaje cotidiano.
A todo esto se añade que los occidentales vivimos en una sociedad que trata de desmitificarlo todo y esto, en el ámbito de la Medicina se traduce en ignorar las reacciones emocionales del enfermo. Como ha señalado Goleman [3]:
“el personal sanitario suele tratar las dolencias físicas de los pacientes pero suele descuidar sus reacciones emocionales. Y esta falta de atención hacia la realidad emocional del enfermo soslaya la creciente evidencia que demuestra el papel fundamental que desempeña el estado emocional en la vulnerabilidad en la enfermedad y en la prontitud del proceso de recuperación”.
En resumen, a pesar de que la medicina primitiva no puede resistir la comparación frente a los logros de la investigación biomédica, deberíamos retomar de ella el papel social fundamental que juega al ofrecer una visión del ser humano insertado en su medio físico, psicológico y social y prestar más atención a la comunicación. Sin duda, seríamos mejores médicos y, lo más importante, mejores personas.
El Dr. McKee lo tuvo claro: se quedó con “el rabino” y se aplicó el cuento en su propia práctica médica. Al fin y al cabo, era un tipo inteligente.
[1] El Real Tribunal del Protomedicato fue un cuerpo técnico que se creó en España en el s XV y que después se extendió a las colonias. Se encargaba de vigilar el ejercicio de las profesiones sanitarias y de su formación. Sin duda, la alusión es un vestigio de los años en que la isla era colonia española que ha quedado en el habla popular (Y perdón por la pedantería).
[2] Boyle CM. Differences between “patients” and “doctors” interpretation of some common medical terms. Br Med J 1970; 2: 286-289.
[3] Goleman D. La inteligencia emocional. Círculo de Lectores 1997; Barcelona.
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