Cuando llevamos cierto tiempo viendo las cosas desde detrás de una bata blanca acabamos percibiendo una realidad deformada (las sombras de la caverna, como diría Platón)

Me centraré particularmente en abordar los aspectos relacionados con la relación médico-paciente que se ven a lo largo de toda la película, ya que no pretendo hacer una crítica sobre el largometraje, sino simplemente exponer mi punto de vista sobre este tema, dejando al margen valoraciones técnicas sobre la producción.

Tal y como vemos en las primeras escenas de la película, se nos presenta a un doctor Jack MacKee de gran destreza técnica y profesional pero en el que destaca la pésima relación que establece habitualmente con sus pacientes (y que pregona jocosamente a sus residentes). Claro que se trata de una interpretación, pero las situaciones que se ofrecen en el largometraje podrían extrapolarse fácilmente a la realidad asistencial cotidiana. Es indiscutible que la calidad de la relación médico-paciente se ve a veces vulnerada, claro que existen causas externas a nosotros que influyen en ello (la presión asistencial, el desarrollo de una medicina defensiva, el control administrativo y la burocratización del trabajo médico, la elevada ratio a la que se ve sometido el profesional sanitario, el nivel de exigencia por parte de la propia sociedad, la actitud de algunos pacientes conflictivos…), sin embargo también es cierto que en ocasiones dejamos que tomen participación en esto ciertos factores internos (situaciones de contratransferencia, situación personal y profesional, ambiente de trabajo, desarrollo de “Burn-Out”…).

Por la propia naturaleza de la profesión médica, cualquier acto que desarrollemos tiene repercusión directa en las personas, y por ende en su salud. No solo se trata de la actitud clínica (entendiendo como tal el diagnóstico, su pronóstico y terapéutica correspondiente), sino de una actitud personal y humana que está inherente a la anterior y que supone la diferencia entre una asistencia técnica y una atención médica. Sabemos de sobra que en el complejo equilibrio entre la salud y la enfermedad influyen múltiples factores, muchos de ellos de gran carga emotiva y personal, de modo que al actuar sobre ellos también estamos influyendo en la evolución del paciente, y por supuesto también de sus familiares. Pensar que el papel del médico se reduce a solventar el cuadro clínico por el que nos llega el paciente es una visión muy reduccionista del verdadero trabajo del facultativo, no solo por resultar insuficiente para el manejo global del enfermo, sino porque de ser así nosotros mismos tendremos que asumir que nuestras posibilidades terapéuticas son francamente reducidas (como sabemos, somos incapaces de curar muchas de las enfermedades que afectan a nuestros pacientes).

La relación médico-paciente, no es solo una cuestión de educación, empatía o asertividad, se trata de una realidad más que influye enormemente en el manejo de cada caso. De hecho, a mayor gravedad de la enfermedad, más importancia toma el contacto personal con el enfermo y sus familiares y mayor es su influencia en su evolución. Posiblemente el propio sistema asistencial (desde la formación de nuevos médicos hasta el contexto y la situación de los facultativos en activo) no le da la importancia correspondiente a este hecho; a veces incluso el propio sistema puede llegar a suponer un impedimento al desarrollo de un trato apropiado del paciente (el tipo de instalaciones, los límites de tiempo, las listas de espera, la burocracia excesiva y poco eficaz, la falta de medios técnicos y humanos...). Y a esto debemos sumar la pobre formación y concienciación que se infunde a los estudiantes de Medicina sobre este aspecto, tema en el que se profundiza poco y de forma poco efectiva (el desarrollo teórico de este tema es generalmente insuficiente para comprender su importancia y para dotar de herramientas útiles a los futuros médicos).

Personalmente no me parece tan descabellado pensar en un médico como el doctor Jack Mackee, alguien que sea profesionalmente muy bueno pero que en el trato personal con las personas muestre notables carencias. Cuando llevamos cierto tiempo viendo las cosas desde detrás de una bata blanca acabamos percibiendo una realidad deformada (las sombras de la caverna, como diría Platón), y a veces incluso podemos ser incapaces de entender la situación personal de aquel que acude a nosotros. En ocasiones nos referimos a los pacientes como una categoría especial de personas, un grupo al que se acceden algunas personas y del que nos encontramos separados por alguna barrera. Una concepción facilitada por un enfoque centrado en el abordaje de la enfermedad, pero todavía no hemos sido capaces realmente de interiorizar aquella frase de D. Gregorio Marañón “no hay enfermedades, si no enfermos”. A veces consideramos ciertas peculiaridades de la persona como variables a considerar en el curso de la enfermedad que estamos manejando, pero seguimos con la misma visión: nos centramos en manejar a la enfermedad, y no al enfermo, y solo nos importan aquellas circunstancias que afecten a la evolución de la misma, sin fijarnos a veces en su repercusión sobre el paciente.

Todo esto se ve reflejado a lo largo de la película, en la cual el protagonista experimenta en primera persona la realidad del paciente. Es entonces cuando se descubre que su punto de vista no era tan cierto como él pensaba, y poco a poco empieza a entender lo que realmente supone ser paciente y lo que se espera, y se necesita, del médico en estas circunstancias. Promover una correcta relación médico-paciente debería ser un objetivo primordial en la formación de nuevos médicos y un fin que perseguir en los programas de formación continuada, y en ambos casos es fundamental promover la comprensión de la figura del paciente de forma más amplia que simplemente como aquel portador de la enfermedad y el papel del médico más allá del manejo concreto de la enfermedad en sí, entendiéndose el cuidado de la salud como un concepto mucho más amplio, integrando la realidad social (especialmente la esfera familiar) y la situación personal del paciente a lo largo del proceso asistencial. No se trata solo de ofrecer un trato adecuado a nivel personal, sino una obligación propia del oficio de la que se derivan efectos sobre la salud de aquellos a quienes tratamos. FJFA Alumno 6º Medicina del HUV Valme.

No hay comentarios: