Jack MacKee piensa que es un magnífico cirujano, que su filosofía de actuación de “abro, actúo y me voy…” es la mejor. Divertido y con gran capacidad de liderazgo dentro de su grupo de cirugía, evita encariñarse en todo momento con el paciente, pues ello implicaría tiempo, y él es un hombre demasiado ocupado… No se comunica más en lo que él considera justo y necesario y, por ello, se burla y mofa con frecuencia de “el rabino”, el otorrino del hospital, por ser un hombre implicado de forma absoluta con sus pacientes, que les comunica e informa de todo, y que además da la confianza y disposición más auténtica dentro del marco de la veracidad. Jack ríe de él porque, como dije antes, “abre, actúa y se va…”. Mackee es un magnífico mecánico, es un magnífico técnico… pero carece absolutamente del resto de cualidades que le harían ser también un magnífico médico. En su familia cumple el mismo rol. Él es el padre, es el miembro principal al cual todos se amoldan y con el cual falta comunicación, entendimiento… podríamos decir que “los mantiene alejados de si”.
Un día es Jack quien pasa a ser paciente. Acude a la que le dicen es la mejor otorrina del hospital… Una vez más, y es que actualmente la medicina se encuentra demasiada tecnificada, nos encontramos con una magnífica mecánica, pero no con una buena médica. Es una mujer fría y con una capacidad de empatizar nula: “dr. tiene usted un tumor”, diría prácticamente después del primer “buenos días”.
Jack se ve obligado a sentir lo que todos los pacientes ordinarios sienten, y a confiar ciegamente en un sistema médico que no es infalible, con su eterna burocracia, sus exámenes humillantes, sus imponentes aparatos, y sus abarrotadas salas de espera... siente miedo y terror porque no sabe a qué tumor de laringe se enfrenta, y es que sus médicos no se implican, no le comunican, no se acercan a él… A lo largo de toda esta experiencia se hace amigo de una paciente con tumor cerebral que le hará comprender lo grave que pueden llegar a ser los errores y fallos diagnósticos por falta de interés del médico, y que pueden traducirse en la muerte, como de hecho sucedería con ella.
Tal es la insatisfacción y sentimiento de abandono de MacKee que decide acudir a “el rabino”, ese otorrino del cual tanto se mofaba en el pasado. Había comprendido que como enfermo necesitaba no solo un magnífico mecánico, sino también tiempo, comunicación, disposición, entrega, veracidad, confianza, trato humano… como enfermo quería ser tratado como un todo, no como un bulto en la laringe…
Esta experiencia haría mejorar a Jack MacKee como médico, y también al resto de su equipo, pues les obligaría meterse literalmente en la bata de enfermo… También le haría mejorar como padre, y como marido, pues comprendió que los tenía alejados. Ahora sí, podemos decir, Jack Mackee se había convertido en un magnífico médico.
Liliana Romero Garrido
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