Al Dr. MacKee no le falta de nada para ser feliz (eso piensa él). Tiene su título de cirujano, una casa lujosa, una mujer e hijo, incluso prestigio en su hospital; piensa que su prosperidad será un continuo a lo largo de su vida. Lo único que le preocupa es mantener su status por encima de sus compañeros; se alimenta constantemente de su egocentrismo. Es una persona arrogante y totalmente carente de empatía con todo lo que le rodea. Lo que él no sabe es las consecuencias que causa al distanciarse emocionalmente de sus pacientes y de su profesión, de sus compañeros de trabajo, e incluso de su familia.
Pero la vida siempre te enseña algo. Un cáncer de laringe diagnosticado de forma inesperada hace que le de un vuelco su vida. El exitoso cirujano pasa a ser un paciente más del hospital. Tanto le cuesta aceptarlo, que sigue utilizando sus herramientas personales con el personal sanitario: quejas, falta de aceptación e intransigencias dan color a su nueva situación.
Poco a poco, va admitiendo su rol de enfermo, y empieza a sufrir en sus propias carnes situaciones y sentimientos que él ni si quiera hubiera imaginado desde sus lentes deshumanizadas. Ahora, sus compañeros son pacientes de oncología. Su pronóstico no es todo lo bueno que él quisiese. Sin embargo, le llegan algunas muestras de cariño y de cercanía por parte del personal sanitario. Gracias a todo ello descubre un nuevo punto de vista sobre la vida; sabe lo que es sufrir y sentirse indefenso e impotente.
Su nueva experiencia hace que empiece a valorar lo importante que es atender el carisma de los pacientes de forma empática. Ha sentido las necesidades que un paciente tiene y ha sufrido para poder salvar su enfermedad con el mejor desenlace posible. Esta nueva conciencia hasta le repercute positivamente en el trato con su familia. Es consciente de lo lejos que estaba de ser un buen médico, y, para enmendar sus errores, trata de enseñarles a sus residentes todo lo aprendido desde su experiencia como paciente.
La historia del cirujano Jack MacKee es un claro ejemplo de una buena porción de consecuencias que la despersonalización de la medicina puede causar. La excesiva tecnificación de algunas especialidades y el auge de nuevas “subespecializaciones” y de nuevos métodos diagnósticos y de tratamiento, muchas veces aleja al profesional médico de realmente serlo. Nunca podemos olvidar que tratamos con personas, que no somos meros técnicos de reparación de una enfermedad aislada. La enfermedad se encuentra dentro en un contexto llamado persona, la que a su vez se haya dentro de un marco constituido por situaciones personales y ambientales, emociones y sentimientos; si nos olvidamos de ello, difícilmente podremos considerarnos profesionales médicos, puesto que nos faltaría lo más importante para serlo: ser “humanos”.
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