“Nunca hagas lo que no te gustaría que te hicieran” y “Trata a los demás como te gustaría que te trataran”

Cuántas veces hemos escuchado a nuestros padres o abuelos, e incluso a profesores desde la misma guardería, decirnos una de estas frases, o incluso las dos, a modo de reprimenda cuando hemos hecho alguna travesura en la que un segundo ha salido lastimado o perjudicado de alguna manera, por nuestra artimaña maquiavélica que busca pasarlo bien y nada más y a costa de lo que sea.

¿Y qué ocurre cuando llegamos a adultos?

Generalmente, y en el mundo que nos ha tocado vivir, nos encontramos ante un abanico de situaciones, posibilidades, vicisitudes, que tintinean en nuestra cabeza  y va ahogando poco a poco nuestra libertad que intenta buscar salida desde lo más profundo de nuestro ser y que oprimimos casi sin darnos cuenta con la codicia diaria, avaricia continua y las ansias de querer ser más, cuando en el fondo lo que realmente estamos consiguiendo es tener más; y no sólo a lo económico me refiero: tener más prestigio, tener más amigos, tener más fama, tener más de lo que sea.
A Jack Mack, el protagonista de la película, todo este proceso vital, al que muy pocos estemos capacitados para pasar por encima, le tocó de lleno. Una casa maravillosa, una esposa enamoradísima, un hijo estupendo, dos coches, un trabajo bien remunerado, y prestigio social y profesional; en fin,  todos los ingredientes necesarios para empezar a jugar a ser dioses. Jack pensaba que desde su posición lo podía controlar y dominar todo por sí mismo, ya se lo decía a los médicos residentes: “ante un problema, entras cortas y te vas”.
Llegados a este punto, todo el campo de visión se reduce a un solo prisma, a una sola meta que marca nuestro destino y a la que ya hemos puesto apellido. Pero ¿Qué ocurre cuando todo este diseño marcado por nosotros mismos se viene abajo?  Seguramente y parafraseando el diálogo entre Jack y Jung en la azotea del hospital, tendremos ganas de gritar, de tirarnos o de luchar; luchar por todo aquello que se nos ha presentado casi sin darnos cuenta y quizás en el peor de los momentos: ante una grave enfermedad, ante la muerte de un ser querido, ante tantos improvistos indeseados que ocurren en nuestras vidas sin más y muy probablemente sean fruto de la fatal casualidad; o no. En medio de todo esto, cuando parece que no hay solución y nada tiene salida, el alma intenta hablarnos y en el peor de los casos, no queremos escucharla. Ya  le pasó a Jack cuando le diagnosticaron su enfermedad. Siguió encerrado en sí mismo, en su propia miseria, en su propio egoísmo, pero esta vez desde una experiencia distinta, la de ser enfermo. Ahora nada ni nadie le  importaban, solo su problema. Así se lo hizo saber a su mujer Anne cuando ésta le dijo que saldrían adelante y él le contestó que no hablara en plural  ya que su enfermedad no era un juego en equipo.
Pero Jack empezó a escuchar gracias a Jung, una joven condenada a muerte por un cáncer terminal que no detectaron a tiempo por intentar ahorrar 1.000 dólares. Ella le enseñará a ver las cosas de forma diferente, le hará bajar de su sagrado altar para vivir con intensidad el mundo de las pequeñas cosas, que son sin duda aquellas por las que realmente merece la pena vivir; un mundo que se muestra ante nuestros ojos y que no somos capaces de ver porque vamos demasiado deprisa. Ella, le enseñará a parar el tiempo, a  no pasar de puntillas ante la vida, a bailar en el desierto, porque lo importante no era ver los  indios bailarines, sino vivir intensamente el momento y no al modo del Carpe Diem. Gracias a Jung comenzó a vislumbrar un mundo abierto ante sus ojos  que a penas conocía. Comenzó a ser, lo que le llevó a llamar a sus pacientes por sus nombres. Por ello el aprendiz de Jung se convertirá en maestro de pacientes ante sus alumnos residentes ya que tomó conciencia que en medicina existen dos carreras paralelas, la de médico y la de paciente, y si se realiza solo la primera correremos el tremendo riesgo de ser médicos sobre tarimas de madera. Solo tratando a nuestros pacientes de forma cercana con confianza y respeto, en definitiva, tratándolos como a nosotros nos gustaría que nos tratasen,  llegaremos a ser completos médicos.
Ya lo dice Albert Novell, Doctor en Medicina y Sociología, presidente del Foro Estatal del Paciente: “He hecho dos carreras de Medicina: sentado como médico y tumbado como paciente”. María Martínez de los Reyes

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